lunes, 5 de agosto de 2013

A pie de cama



¿Cómo tiene que ser la sensación de estar ingresado en un hospital, postrado en una cama, y ver entrar todos los días a una media de 5 o 6 médicos y no saber el nombre y  ni siquiera la especialidad de la mayoría de ellos?
¿Cómo debe de ser la experiencia de no saber quienes son las personas que te asean, te lavan, e invaden tu espacio vital mas íntimo sin pedirte perdón ni permiso?
¿Cuánta dignidad puede haber en el gesto del familiar que espera en el pasillo con la intranquilidad de la incertidumbre y que al acercarse al profesional que sale de una habitación de hospital para ver si hay alguna información novedosa e importante que conocer se ve despachado con monosílabos y displicencia?

¿En qué momento decidimos que es mejor pasar planta escondidos en el anonimato de un grupito de 3 o 4, cuchicheando y girándonos para que no nos oigan lo que podemos decir, cruzando miradas, dando la sensación que lo primero que se desea al entrar en una habitación es salir de ella?

¿Quién nos ha contado que a la habitación se entra siempre con prisas, que se reprocha cuando no ha sucedido lo que esperábamos, que hay que desconsiderar lo que nos cuentan?

¿Quién ha decidido que la relación entre sanitarios y pacientes está basada en frases hechas, coletillas, incomodidad?

¿A qué esperamos a presentarnos, a decir quienes somos, lo que estamos dispuestos a hacer y lo que probablemente no esté en nuestras manos? ¿Por qué no probar un día a decir que entre todos lo vamos a hacer bien?